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«¿Cuál es el ayuno que yo quiero? ¿Acaso no es abrir las prisiones injustas?»

«¿Cuál es el ayuno que yo quiero? ¿Acaso no es abrir las prisiones injustas?» (Is 58,6)

    Los ninivitas ayunaron con un ayuno completo cuando Jonás les predicó la conversión. (...) Esto es lo que está escrito: “Dios vio sus obras y cómo se convertían de su mala vida, y aplacó el incendio de su ira” (Jon 3,10). No dice: “Vio que ayunaban a pan y agua y se vestían de saco y ceniza”, sino: “Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta”. Porque el rey de Nínive había dicho: “Que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos” (v. 8). Hicieron un ayuno sincero y fue aceptado.

Porque, amigo mío, cuando se ayuna, la abstinencia de la maldad es siempre la mejor. Es mejor que la abstinencia de pan y de vino, mejor que “humillarse a sí mismo, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” como dice Isaías (58,5). En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de cualquier alimento, cuando se cubre de saco y ceniza y se aflige, eso es agradable a los ojos de Dios. Pero lo que a Dios más le place es: “(...) desatar los lazos de la maldad, y arrancar todo yugo de esclavitud” (v. 6). Entonces para este hombre “brotará tu luz como la aurora, te precederá tu justicia, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan” (v. 8-11). No se parece en nada a los hipócritas “que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan” (Mt 6,16).


Afraates (¿-c. 345)

monje, obispo cerca de Mossul

Las Disertaciones, nº 3, Del ayuno; SC 349


 
 
 

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