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Complemento oracional - Día #1

Salmo 3 - La seguridad de los justos


Señor, ¡qué numerosos son mis adversarios,

cuántos los que se levantan contra mí!

¡Cuántos son los que dicen de mí:

«Dios ya no quiere salvarlo»!

Pero Tú eres mi escudo protector y mi gloria,

tú mantienes erguida mi cabeza.


Invoco al Señor en alta voz,

y él me responde desde su santa Montaña.

Yo me acuesto y me duermo,

y me despierto tranquilo

porque el Señor me sostiene.


No temo a la multitud innumerable,

apostada contra mí por todas partes.

¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, Dios mío!

Tú golpeas en la mejilla a mis enemigos

y rompes los dientes de los malvados.


¡En ti, Señor, está la salvación,

y tu bendición sobre tu pueblo!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre.

Amén.

Antífona


San Miguel Arcángel, príncipe glorioso de los ejércitos celestiales, defiéndenos en combate contra las fuerzas del enemigo, contra los líderes de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos esparcidos por el aire. Ven en ayuda de las personas que Dios hizo a su imagen y semejanza.

Amén


La Palabra de Dios (Génesis 1: 1-5)


“Al principio Dios creó el cielo y la tierra.

La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.

Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.

Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el primer día.”


Meditación


“El que me sigue, no andará en tinieblas” (Jn 8, 12), dice el Señor.

Estas son las palabras de Cristo por las que se nos exhorta a imitar su vida y sus costumbres, si realmente deseamos ser iluminados y liberados de toda ceguera de corazón. Por tanto, nuestro principal esfuerzo sea meditar en la vida de Jesucristo. Su doctrina excede la de todos los santos, y quien posea Su espíritu encontrará el maná escondido.

Sin embargo, sucede que muchos escuchan el Evangelio con frecuencia y lo aprovechan poco porque no tienen el espíritu de Cristo. Por tanto, quien quiera comprender plenamente y con provecho las palabras de Cristo, debe amoldar su vida con la de Él.

¿De qué te sirve hablar sabiamente de la Trinidad si, por falta de humildad, la desagradas?

Seguramente no son las palabras sublimes las que hacen al hombre santo y justo, sino una vida virtuosa es lo que lo hace agradable a Dios. Es mejor experimentar la compunción, el dolor de los pecados, que saber definirla. Incluso si conocieras de memoria y supieras repetir toda la Biblia y las máximas de todos los filósofos sin equivocarte ¿de qué te serviría sin la caridad y la gracia de Dios?



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